Desde que existe la inteligencia artificial generativa, ser periodista implica sobrevivir a un entorno plagado de trampas tecnológicas. Deepfakes, fake news y redes sociales imponen una presión constante: ¿publicar rápido o verificar a fondo? Aunque este post es pura ficción, es el fiel reflejo de una nueva realidad, en la que los grupos organizados de ciberdelincuentes tienen el foco en los medios de comunicación. La inmediatez, ese viejo trofeo del periodismo, se ha convertido en un arma de doble filo, porque la desinformación es un negocio global.
Son las once de la noche. La jornada laboral de un periodista llega a su fin. De pronto recibe un audio de WhatsApp de una de sus fuentes habituales. Le dice que se ha quedado sin batería en el móvil y que está usando el de un compañero. En el audio le desvela una noticia importante.
El periodista, que es profesional, prefiere contrastar la información. Mira en otros periódicos, mira en las agencias de noticias y por último echa un vistazo a Twitter.
Las agencias aún no lo han dado, pero varios medios de la competencia ya están dando la noticia y Twitter empieza a calentarse.
El pobre periodista, que ya tenía el abrigo puesto y estaba cerrando el ordenador para irse a su casa a ver si le da tiempo a darle un beso de buenas noches a su mujer, recibe una llamada de su jefe. “¿Has visto Twitter? Están mencionando a dos de las webs de nuestra competencia, Tenemos que dar la noticia ya”. Nuestro pobre “plumilla” se quita el abrigo, transcribe el audio de Whatsapp, publica un avance y llama a su mujer para decirle que le espera una noche larga de trabajo.
Al día siguiente, tras haberse quedado hasta horas intempestivas la jornada anterior, se levanta por la mañana y mira su móvil. Diez llamadas perdidas de su jefe. Decenas de WhatsApps. Y otras diez llamadas de la fuente que le llamó por la noche. Pero, esta vez, ya desde su número de siempre.
Mientras se dispone a ver qué ocurre, recibe de nuevo una llamada de su fuente: “¿Pero, qué demonios dices que he dicho. Cómo te atreves a poner en mi boca esas barbaridades” Le espeta su fuente con un cabreo monumental.
Evidentemente, el mensaje que nuestro amigo periodista recibió por la noche era un deepfake. O sea, un audio generado por inteligencia artificial generativa en el que habían clonado la voz e incluso la forma de hablar y entonar de su fuente.
Las consecuencias de publicar una noticia falseada con IA
Lo más inquietante de esta historia es que nuestro amigo periodista fue despedido junto a su jefe. Esto generó un conflicto terrible en su empresa entre los sindicatos y la junta directiva que acabó con el cierre del periódico. Ya que la mayor parte de los anunciantes retiró sus campañas de publicidad. El redactor del medio que se hizo eco antes que él de la misma noticia también se fue a la calle. La fuente, aunque mantuvo su puesto de trabajo, tuvo que acudir a un juicio y las acciones de su empresa se desplomaron en bolsa, generando uno de los días más aciagos del Ibex35 en los últimos cinco años.
Quizás esta historia pueda sonarnos a guión de serie de Netflix. Pero, por desgracia, es una conversación habitual de café entre muchos periodistas, que se sienten asediados por la necesidad de responder a la inmediatez que demanda Internet a la hora de publicar noticias. Al mismo tiempo, se enfrentan al dilema de contrastar como es debido las informaciones que reciben.
“Los ciberdelincuentes están llevando sus trampas a otro nivel, y las herramientas de inteligencia artificial son su nuevo juguete favorito. Con apenas unos segundos de grabación pueden clonar la voz de una persona y suplantarla en llamadas fraudulentas, un método conocido como vishing”. Señala Hervé Lambert, Global Consumer Operations Manager de Panda Security.
Esta técnica no solo pone en jaque a empresas y particulares. Es parte de las estrategias de desinformación que están usando muchos países y grupos organizados de hackers y pone de manifiesto cómo la tecnología avanzada puede convertirse en un arma muy peligrosa con miles de fines distintos.
El problema añadido de las redes sociales y la propagación de fake news
La presión de las redes sociales añade otra capa de complejidad. Cuando Twitter arde con una tendencia, resistir la urgencia de participar puede ser un acto de rebeldía profesional. En un ecosistema donde los bots crean movimientos artificiales y las noticias falsas circulan a la velocidad del clic, la reacción inmediata es un lujo que, a veces no podemos permitirnos.
Herramientas como Hoaxy, que rastrean el origen y la propagación de la desinformación, deberían ser tan imprescindibles en la sala de redacción como una libreta y un bolígrafo.
Eso sí, la colaboración institucional entre los organismos públicos y privados para encontrar una solución a este problema es indispensable. Lo que hemos contado en esta historia puede ser todavía más problemático cuando los avatares que generan vídeo en tiempo real hagan que sea imposible detectar que una fuente es falsa, incluso si volvemos a llamarle por teléfono. Incluso cuando se haga una videollamada para contrastar.
Cuando el audio habla, pero la verdad calla: enfrentarse a un deepfake
“Por desgracia, la capacidad de creación que da la IA es tan ilimitada como la imaginación humana. Con los recursos y el dinero suficiente, un grupo organizado de hackers podrá hacer que parezca real absolutamente cualquier mentira que se propongan”, apunta Hervé Lambert.
Esta situación nos enfrenta a un dilema ético. La inmediatez, tan valorada en el periodismo contemporáneo, se ha convertido en un arma de doble filo. Por querer ser los primeros, corremos el riesgo de ser también los primeros en amplificar una mentira. La prioridad debe ser siempre la verdad, aunque eso implique retrasar una publicación o dedicar horas adicionales a verificar cada detalle.
El problema no es solo individual; es estructural. Los medios de comunicación deben invertir en alfabetización digital y herramientas de ciberseguridad, porque las herramientas tradicionales ya no son suficientes.
Quizá lo más paradójico de este desafío sea que, para sobrevivir en la era de la desinformación, los medios tengan que volver a lo básico: escuchar, desconfiar y verificar. Más que nunca, la labor periodística no consiste en ser los primeros, sino en ser los mejores defensores de la verdad. Si se falla en esto, quien pierde de verdad es la Libertad de Expresión y, por ello, la sociedad entera.
La ausencia de normas claras sobre el uso y distribución de tecnologías de manipulación como los deepfakes deja un vacío legal que convierte a los periodistas en blancos fáciles de la desinformación. “Aunque el periodista sea el último eslabón en la cadena de la generación de la desinformación, la verdadera raíz del problema está en la falta de transparencia y regulación en el uso de la inteligencia artificial. Hasta que no haya un acuerdo global, los malos seguirán teniendo en sus manos un volante con el que decidir gran parte de lo que ocurre en el mundo”, apostilla Hervé Lambert, Global Consumer Operations Manager de Panda Security